Perdí la confianza profesional, pero encontré mi voz en un documental

Una historia sobre lo que se rompe, lo que se transforma... y lo que aún puede sanar.
En el post anterior, hablo del duelo, del perdón... bueno, de pedir disculpas. ¿Qué pasa cuando la enfermedad te hace liarla a nivel profesional? Pues que el perdón es mucho más complicado de conseguir, si es que se puede conseguir...
Me siento muy afortunada de haber podido ser perdonada por casi todas las personas de mi vida personal, aunque, sin duda, siempre quedará alguna cicatriz. Entendieron lo que me había pasado, vieron que esa no era yo y, cuando me estabilicé, estuvieron presentes y muy cariñosas. Eso incluye a mi ex pareja, que lo pasó muy mal cuando le dejé y le eché de casa de mala manera en pleno brote. Pero claro, cuando pilla tan cerca, el perdón real es mucho más complicado. Porque en él se había creado un trauma y, por mucho que me quería perdonar de verdad, volvían los reproches. Me decía: "es muy difícil, porque [aunque fuera en brote], sigue siendo tu cara, tu voz...".
Ya... pero aquella no era yo.
Bueno, sí era yo, pero distorsionada, controlada por mi enfermedad.
Mi terapeuta dice que este trastorno no afecta a la personalidad, que es un trastorno "afectivo"; lo que hace es exagerar ciertos aspectos. En mi caso, el brote afectó de lleno a mi persona. Yo, tan introvertida, tan “en mi sitio” (que tampoco era mi sitio), niña modelo que nunca quiere molestar ni hacer demasiado ruido. Esta enfermedad me hizo primero implosionar y luego explotar sin dejar títere con cabeza.
Pues bien, si una persona tan cercana como tu pareja, que te conoce desde hace 4 años, se queda tocada y, por mucho que te haya perdonado, no termina de perdonar (y eso inevitablemente hace que la relación se rompa ya definitivamente), es complicado que una persona del ámbito profesional, que no te conoce de nada y que ha compartido unos pocos días muy intensos contigo, pueda entender eso que ha pasado.
Permíteme compartir contigo lo que me está pasando ahora mismo. Está siendo muy duro, porque, pese a la aceptación, esta enfermedad me ha traumatizado y, estos días pasados, reviví ese trauma. Se me saltan las lágrimas al escribir esta frase.
Ya te conté que estoy terminando de hacer un documental y que me siento muy orgullosa del resultado. Pero no me siento tan orgullosa del proceso.
En enero de 2023, hace poco más de dos años, fui a grabar unos vídeos para YouTube para un canal gastronómico que quería montar como recién estrenada productora audiovisual gastronómica. Había elegido para estrenarlo un restaurante gastronómico porque el concepto de mi canal era hablar de sostenibilidad, km 0, gastronomía y vinos. Después de mi primera experiencia en aquel restaurante tan comprometido con estos valores, la elección parecía evidente. Además, había oído hablar del incendio que le había obligado a cerrar sus puertas casi un año, allí había una historia fuerte de resiliencia.
Hoy, echando la vista atrás, es evidente que ya estaba en brote de hipomanía. La hipomanía es euforia, pero mucho más funcional. Para los demás puede pasar desapercibida (estás con más energía, eres muy contagiosa...), pero mi nivel de gasto era muy alto, mi visión, desmesuradamente ambiciosa, y yo, muy extrovertida y “echá palante”.
Pues bien, para hacer un par de vídeos para YouTube, me fui con un equipo de 7 personas —los mejores profesionales con los que podía contar— a grabar. Inicialmente íbamos a grabar sobre la mise en place del restaurante (lo que pasa en el restaurante antes de que abra sus puertas, toda la preparación previa), pero, antes de ir a grabar, una coach con la que había trabajado me sugirió la idea de hacer un coaching al chef para el “documental”.
Yo, “echá palante”, dije: claro, qué gran idea. Aunque eso no era un documental. Pero igual, además de la mise en place, podía hacer un retrato del Chef. Porque lo que más me interesaba de todo esto era el aspecto humano. Cosa que, por otro lado, no iba a ser el propósito de esa grabación. Pero era lo que yo quería sacar de ahí.
El coaching reveló elementos muy interesantes a explorar y me obsesioné. Fui persiguiendo estos elementos. Mi equipo, desconcertado, no entendía muy bien lo que estábamos haciendo, ya que el brief inicial era grabar la preparación. Pero el chef dijo que había que grabar el cordero en dos días porque se cocinaba en 24 horas. Así que aproveché para focalizar el segundo día sobre él e invitar a personas de su entorno.
Cuanto más sabía de él, más quería saber, y él se refería siempre al “docu”. Esto no era un "docu". Yo nunca había hecho un documental antes, siempre me había gustado verlos, pero vamos, de aquí a hacer uno… Pero seguí con mi obsesión. Al finalizar la grabación, le dije que teníamos algo grande y que esto daría la vuelta al mundo en festivales. Yo en aquel momento ya veía un largometraje documental.
Él sonreía, pero había visto que esto iba en serio porque habíamos estado 7 personas allí, un equipo de lo más profesional. Porque, después de 10 años haciendo servicio de producción para clientes internacionales, no sabía hacer las cosas de otra manera. Terminamos de grabar el 8 de enero. A finales de enero, tenía un stand reservado en Madrid Fusión para presentar nuestra “gran” productora. De nuevo, gastando como si no hubiera un mañana. El vídeo para YouTube estaba en proceso de montaje, lo que pasa es que el resultado final no daba para ser un documental (no contaba lo que yo quería contar, que era la historia del Chef), y tenía un ritmo demasiado documental para estar en YouTube como una mise en place. Así que ahí todo quedó paralizado, hasta poder conseguir ingresos y rehacer el montaje. Porque, entonces y hasta la fecha, lo había estado pagando yo todo.
A finales de febrero, regresando del Festival de Berlín, enfermé. No podía salir de la cama, y en la cama me quedé, con una depresión mayor que me dejó totalmente fuera de juego. Había conseguido un cliente con la posibilidad de tener un contrato anual de centenares de miles de euros para la productora, y con la depresión, no pude llevar a cabo nada de lo que había ido saliendo, fruto de todos los esfuerzos. Estaba arruinada y sin poder hacer nada para salir adelante. Cancelé todos los compromisos y me preocupé por ponerme bien y recuperar mi salud. Cuando volví a la vida, no me atreví a tocar nada de mi vida pasada por miedo a recaer.
Necesitaba estabilizarme y controlar más, y opté por buscar un trabajo muy “junior” que me permitiera recobrar fuerzas sin arriesgar. Lo que pasa es que, como conté anteriormente, los antidepresivos (totalmente contraindicados en el caso de un trastorno bipolar —que todavía estaba sin diagnosticar—) me catapultaron a la manía. La bipolaridad, cuando no está diagnosticada, convierte incluso los tratamientos bienintencionados en trampas mortales. Y eso fue exactamente lo que me pasó.
Poco a poco, sigilosamente, tenía cada vez más energía, no dormía, hasta que tuve un brote psicótico en octubre que me hizo perder pie con la realidad.
Para aquel entonces, había recuperado algo de dinero porque había vendido un bien y recibido una devolución del IVA. Pero lo malo de tener dinero cuando se está en brote es que ese dinero te nubla la vista. Me lo fundí a una velocidad de espanto, sin, esta vez, invertir en nada que se quedara.
Como bien describió mi hija Leila en el primer episodio del podcast, la manía es como un volcán que ha “explosionado” y que destruye todo a su paso. Yo también he vivido un incendio, como el restaurante, pero el mío fue interior. Arrasé con todo.
Retomé contacto con el Chef en plena manía. Yo siempre había estado detrás de imágenes que complementaran el discurso y lo que él había contado durante la grabación, porque un documental sin ilustrar es más complicado de contar bien. Finalmente, me sugirió hablar con un colaborador suyo que les hace toda la parte audiovisual y que, según él, tendría el material que yo andaba buscando.
Le mandé un mensaje para quedar. Me propuso una fecha y una hora, pero yo ese mensaje no lo vi, y nunca llegué a contestar. Tenía mi WhatsApp lleno de mensajes sin responder. Un verdadero caos, testimonio de mi vida de aquel entonces. El día de la reunión no confirmada, recibí un mensaje: “Tenemos la reunión ahora, ¿dónde estás?”
En ese momento, llevaba intentando recargar mi coche eléctrico recién estrenado —y sin batería— en seis puntos de carga, en vano. No conseguía cargarlo, me faltaba un adaptador o encontrar un enchufe compatible. No tenía ni idea de cómo funcionaba eso. Mantuve la calma, pero todo era caos.
Esa misma mañana, con el coche recién sacado del concesionario la víspera (por cierto, lo compré en menos de 30 minutos, a crédito —que sigo pagando a día de hoy—), abollé la puerta intentando aparcarlo en un punto de carga. Y en ese contexto me llama esta persona, enfadada e irritada por haberle hecho perder el tiempo: “Qué poco profesional…”
No sé bien qué le contesté en ese momento, porque la verdad es que no las tenía todas conmigo. Lo que recuerdo es que me disculpé y le expliqué, por encima, lo que pretendía con la reunión: las fotos e imágenes que darían “vida” al documental. Me pidió que le mandara las cosas por escrito. Le dije que lo haría en cuanto pudiera, y que ahora, tocaba “dar la vuelta al mundo”.
Si me has seguido la pista hasta ahora, sabrás que mi misión era salvar el mundo. Y llevar uno de los proyectos que más peso tenía en aquel momento a todos los rincones posibles, añadiendo iniciativas bajo ese paraguas (hasta me tatué el símbolo de este proyecto - ya te lo cuento en otro post). En manía, se tiende a tener muchos proyectos y no acabar ninguno. Te diría que todos los proyectos que tenía entre manos entonces eran muy valiosos, importantes y realmente interesantes. Pero ninguno podía llevarse a cabo de forma dilettante.
Quemé cartuchos profesionales a la velocidad de una ametralladora. Contactos increíbles que tenía, me reunía con ellos, les contaba mi “libro”, les parecía interesantísimo: “Pásamelo por escrito”, me decían. Y ahí se quedaba. Porque, a ver, tienes que entender que primero tenía que seguir dando la vuelta al mundo. Y una vez que volviera y aterrizara, el proyecto estaría más redondo y tendría más peso. Así que: “Paciencia, por favor…” (ironic mode : ON)
A todo eso, me volví a obsesionar con dos cosas: grabar al Chef durante el servicio (solo habíamos grabado la preparación) y mostrar la dinámica del restaurante. También quería grabar la nueva carta, surgida de una escena en la que el Chef le explicaba al artesano cómo quería que fuera. Así que fuimos cuatro personas. Lo que pasa es que, en la hora y media que tardamos de Madrid al restaurante, me monté una historia en la cabeza: en realidad, ese documental tenía que ser sobre el chef y sobre mí, porque nuestras historias se parecían mucho... yo había estado en el infierno con la depresión y ahora veía la luz.
Las cuatro personas eran: un chaval estudiante de dirección de cine que había estado viviendo en mi casa una temporada mientras buscaba piso en Madrid, un chico con el que coincidí en un trabajo y que tenía una empresa de animación (porque total, lo de las imágenes... pues ya las ilustraríamos con animaciones), el operador de cámara que sí estuvo en el primer rodaje, y yo. Por supuesto, con cena degustación incluida para todos. Eso, que nunca falte.
Resultado de ese día: un trauma.
Lo que grabamos no sirve para nada, pero a mí me sirvió para verme en manía. En francés hay una expresión que dice: “Tu t’es vue quand t’as bu?” —¿Te has visto cuando estás borracha? Pues yo sí. Y te puedo decir que me traumatizó. Mucho. Y encima, en un contexto profesional. Ya había quemado muchos cartuchos, y ese era uno gordo...
Cuando vi esas imágenes —no lo había hecho hasta diciembre de 2024— me derrumbé. Eso hizo que empezara a caer de nuevo en depresión, pero por suerte, esta vez conseguí evitarla. La vergüenza, la culpa...
Cuando se lo comenté a mi terapeuta, me dijo que ya era hora de sacar este documental y terminarlo de una vez por todas.
Como fuera.
No tenía dinero, no tenía ingresos, pero tenía un amigo, un gran profesional, que se ofreció a ayudarme a terminarlo. Se volcó con el proyecto y conmigo. Me cayó un dinero, una fianza que estaba bloqueada desde hacía 5 años, y con eso le pagué algo simbólico, comparado con lo que aportó.
Lo cierto es que este amigo me había estado persiguiendo para retomarlo mientras yo estaba en manía, pero como estaba a lo que estaba, no podía atenderle. Él sabía lo que yo quería contar, se puso él solo a ver todo el material, y no fue hasta que me presentó un primer corte que yo vi y entendí que, de verdad, teníamos algo muy potente.
Y aquí estamos, con un documental del copón. Con lo que teníamos, hicimos una maravilla. Empezamos con la idea de grabar unos vídeos de YouTube y terminamos con el documental para festivales del que yo hablaba. Porque el material daba para eso, y porque mi amigo es, además de una persona extraordinariamente humana, un verdadero crack.
Gracias, Víctor... (¡artista!), de todo corazón.
Cuando el equipo de rodaje lo vea —tenemos preestreno el 19 de mayo— no se lo van a creer. Y estoy convencida de que todos se sentirán muy orgullosos también.
¿Y ahora qué?
Pues ahora, es posible que el chef no quiera saber nada de todo esto. Él confió en mí, se sintió totalmente defraudado, y ya no confía. Y con razón. Por mucho que duela, lo entiendo. Nadie tiene por qué empatizar con la situación que yo viví si no tiene ni idea de lo que pasé. Él solo sabe la parte que le corresponde.
Ahora toca esperar a ver si, después de ver el resultado, logrará por lo menos abrir una puerta. Una que permita conocer mejor a la persona que soy, y no a la enfermedad. Y entonces, tal vez, encontrar la manera de perdonarme.
Duele. Duele mucho.
No duele lo que él diga o decida. Duele lo que esta enfermedad te conduce a hacer, y a quemar por su paso. Duele sentirse juzgada, o solo conocida como “tu locura”, porque él solo conoció esta parte de mí. Mi esencia estaba ahí, sí, también estaba. Más en la hipomanía que en la manía, pero sí.
Lo importante ahora es seguir adelante, pase lo que pase. Es parte de la terapia, parte del proceso y parte del duelo que viene y va. Porque, pese a la aceptación, siempre habrá algo que te hará volver a esta sensación.
Pero si lo pienso fríamente, este documental nunca habría existido sin esta locura. Aquí está mi Kintsugi: este documental, sin duda, es mi yo reconstruida con hilos de oro. Este documental SOY YO.
Y estoy impaciente por enseñárselo al mundo.