Del Duelo al Kintsugi

Del Duelo al Kintsugi
Imagen generada con IA (DALL·E)

Se habla mucho de las fases del duelo: negación, ira, negociación, tristeza, aceptación…
Pero en mi caso, el proceso no fue lineal ni siguió ninguna teoría.
Hoy no vengo a analizar el duelo. Solo quiero contarte cómo lo viví yo: con pausas, con tropiezos, a mi manera.

El día que acepto que tengo trastorno bipolar y voy a ver al psiquiatra, es en sí parte de un duelo previo. Un proceso que tardó en materializarse porque no estaba capacitada para ver que algo malo me estaba pasando. Si yo me sentía mejor que nunca, ¿qué de malo podía tener eso? Si por fin todo cobraba sentido en mi mundo, ¿cómo iba a poder ser eso fruto de una enfermedad que necesitaba ser tratada?

Entonces, cuando —como explico en el post anterior— caigo en la cuenta de que algo no cuadra y que me voy a tener que enfrentar a la realidad, a una nueva realidad, lloro. Mucho.

Pero no fue hasta la vuelta de mi último viaje que empecé a leer sobre el trastorno, y todavía no me quedaba del todo claro lo que era. Lo único que sabía era que tenía que acudir a un psiquiatra especializado y explicarle que tenía trastorno bipolar para que me tratase. Él lo confirmó. Era de libro…

Cuando empiezo a tomar el tratamiento (litio) y luego acudo a sesiones de psicoeducación —sesiones grupales en las que, en este caso, el psiquiatra explica lo que es este trastorno y las herramientas para sobrellevarlo—, poco a poco voy cayendo en la cuenta de que mi vida, tal y como la conocía, se acabó.

Entonces empieza otro tipo de duelo: el duelo de mí misma.

¿Pero quién era yo?

Eso era algo a lo que ya no podía contestar.

¿Cuándo había empezado esta enfermedad en mí?
¿Dónde empezaba la cordura y dónde terminaba la locura?

Para una persona que se pasó la mayor parte de su vida en “control”, esta sensación fue muy dura de tragar.

Un duelo surge cuando pierdes a una persona querida, pero también puede pasar cuando te diagnostican una enfermedad terminal o que te va a cambiar la vida para siempre. Tienes que despedirte y aceptar que la vida no volverá a ser igual.

¿Y ahora qué?

Una de mis preocupaciones iniciales era el tema profesional. Mi vida anterior, mis trabajos, emulaban los altibajos emocionales de la bipolaridad. Conllevaban mucho estrés, y eso era algo prohibido.

Me planteé hacerme pequeña, trabajar de encargada o de cajera, pero a mí me afecta todavía más el estrés de las personas. Así que, en un momento dado, decidí formarme en desarrollo de software. Era un oficio que me venía de perlas: podía crear, resolver problemas y no tratar demasiado con personas.

El aislamiento es casi un reflejo después del diagnóstico. Me metí de lleno en la formación y, como un brain training, conseguía trabajar mi cerebro y poco a poco recobrar mi destreza y rapidez mental.

Todavía siento la pesadez en el cuerpo del principio, cuando tienes que hacer las paces con todo esto, cuando sientes que eres la enfermedad.

Recuerdo que mi hermano, psiquiatra, me dijo:
"Esta condición no te define. Verás cómo saldrás de esta sensación y todo irá a mejor."

En ese momento, esas palabras me resultaban muy bonitas, pero tan alejadas de lo que yo sentía.

Mi mejor amiga un día me corrigió cuando le dije:

"Porque ahora que soy bipolar…"

Me interrumpió:

"Tú no eres bipolar. Tú tienes un trastorno. En lenguaje inclusivo de discapacidad, no te defines por la enfermedad que tienes."

Desde entonces, procuré no volver a usar el “soy”. Aunque el concepto todavía no había calado del todo en mí, no imaginaba poder sentirme de otra manera que con esa etiqueta y curiosamente (o no), le pasa lo mismo a más personas.

Psicoeducación, terapia y volver a ser yo

Después de las primeras sesiones de psicoeducación, tardé un tiempo en dar el paso de apuntarme a la Asociación Bipolar de Madrid. Lo hice justo después del verano, junto con el inicio de la terapia con uno de los psicólogos que también daba talleres de psicoeducación más profundizados.

Creo que ahí es cuando cambió todo en este proceso de duelo.

En mi primera sesión con Mateo —mi psicólogo, a quien pronto escucharéis en el podcast— le comenté que, obviamente, había renunciado a ser emprendedora y a volver a tocar cualquier cosa de mi pasado por miedo a recaer.

Y ahí, él me paró:

“Sonia, tú no puedes renunciar a ser quien eres. Tú eres emprendedora. Es lo que te ha mantenido estable todos estos años. Esta condición no eres tú.”

Él me animó a volver a pensar como la Sonia de antes. La que siempre soñaba con resolver problemas, pero no aislada de los demás.

Tenía que volver a emprender. Porque, incluso después de todo, seguía siendo yo. Y sabía que podía empezar de nuevo, a mi manera.

La culpa y la vergüenza

Durante el duelo, aparece algo parecido a lo que pasa con personas que han tenido algún tipo de adicción y están en proceso de rehabilitación: el sentimiento de culpa y de vergüenza.

Empiezas con la disculpa. Y con el perdón.

Estuve escribiendo individualmente a la mayoría de las personas que recordaba que se habían cruzado en mi camino en plena manía y les pedí disculpas.

La persona a la que más me costó perdonar fue a mí misma. Me había sentido traicionada por mí misma, y fue un proceso bastante largo llegar hasta ahí.

Un día en terapia le comenté a Mateo que una de mis mayores vergüenzas había sido empezar un proyecto documental, haber invertido mucho, hecho intervenir personas de alto nivel… y no haberlo terminado.

Ese proyecto estaba “gafado”, siempre estaba asociado a un episodio.

Ahí mi terapeuta me dijo que lo tenía que sacar del cajón y terminarlo como parte de mi terapia.

Y en eso estoy: casi a punto de finiquitarlo, con una fecha de preestreno ya prevista para dentro de dos meses. Todo eso con la complicidad de un ahora muy amigo mío, que se volcó cuerpo y alma para ayudarme a sacarlo adelante.

Estoy muy orgullosa del resultado, y muy ilusionada con lo que nos espera con este documental.
Ya os contaré más según vayamos avanzando…

Kintsugi

Creo que mi aceptación llegó en octubre (y estamos en marzo). Aunque diría que fue un principio de aceptación, porque cuanto más avanzo en el proceso, más cómoda me siento. Me siento más fuerte, más plena, más agradecida.

En Japón existe una tradición milenaria, un arte que consiste en reparar las piezas de cerámica rotas con hilo de oro o metales preciosos.

El otro día, en un grupo de apoyo de personas que tienen trastorno bipolar, alguien dijo que se sentía “rota”, y esto me hizo pensar en ese arte japonés: Kintsugi.

Al final, nos rompimos. Sí, es cierto. Una enfermedad así te rompe en mil pedazos. Y de alguna manera, el duelo consiste en ir reparando y recolocando los trozos del puzzle.

¿Y si lo hiciéramos a la manera japonesa?
Con hilos de oro, para poner en valor nuestras vivencias como algo valioso, bello, que nos ha enseñado más sobre nosotras mismas de lo que podríamos haber imaginado.

¿Será imperfecta? Seguramente.
Pero la imperfección también es bella.
Tiene muchas historias que contar y muchas enseñanzas que dejarnos.

Nos ha enseñado la resiliencia.
Esto es una suerte, y un regalo también.
Y es para estar orgullosas. Para mostrarlo. Para compartir e inspirar al mundo.

Porque no todo va a ser negativo.

Respetar el proceso

Mi proceso de duelo ha durado un poco menos de un año. Hay personas que pueden estar varios años en este proceso. Me imagino que tiene que ver con el hecho de que ya he vivido momentos muy duros en mi vida, incluidos de salud, y que probablemente tenía más herramientas para hacer frente a esta nueva situación de forma más rápida.

Pero cada persona es un mundo y tiene el ritmo que tiene.

Lo importante es respetar estos tiempos y ser lo más compasiva posible con una misma.

¿Y tú? ¿Qué tal viviste este proceso de duelo?
¿Te resuena la simbología del Kintsugi?
Puedes escribirme o dejar tu experiencia en los comentarios. Me encantará leerte.